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Duda

Hay un momento terrible
durante la madrugada,
entre las cinco y las seis,
cuando se supone
que me levanto a escribir.
Me abruman
tareas pendientes
mientras bajo la escalera,
posibles errores a cometer
mientras enciendo luces
y fantasmas muchos
que me sonríen de cerca.
Pienso en este
malabar temerario,
lo imagino caer
provocando el goce
de mis enemigos.
Busco una salida
por encima del laberinto.
Crecen la tensión
y la incertidumbre
hasta que doy
el primer sorbo de café
y enciendo la computadora.

Los pies

En el colectivo se diluye
la señal de la radio.
Queda ruido blanco
que me acompañará
el resto del día.
 
Arrastro los pies.
Voy a buscar el resultado
de un concurso
(un cargo,
un trabajo,
un espacio
social)
al que confié
los últimos seis días.
Algo me dice
-vibración, pálpito,
susurrro-
que no seré yo
el elegido.
Debo firmar
igual.
Entiendo mi destino,
pero no lo acepto.
Arrastro los pies.

Miseria

Cuando el hambre cala hondo
en los barrios populares,
llega el turno de la miseria.
La miseria.
Esa que solo existe
cuando los pibes tienen hambre
y asisten a su comedor.
Cuanto más hambre, más pibes.
Y cuanto más pibes, más poder
tiene la miseria.
Puede hasta pretender
un cargo o incluso reclamar
una palmadita del Papa.
¿Por qué no?
Cuando la miseria administra
el llenado de estómagos,
la confusión embarra
todas las canchitas.
Y ahí viene el clientelismo,
¿lo ves?
Silbando bajito viene,
apurando el paso.

Mancha venenosa

Una señora flaca
camina apurada
por la realidad
de enfrente.
¿No será, acaso, la muerte?
Es verdad,
los cables de la calle
sostienen miles de palomas.
Vueltas y más vueltas
en un auto muy viejo,
llego y me voy de lugares
a los que nadie me ha llamado.
Camino despacio.
Iusión de acercarme así
a la calma.
El mundo de ahora
me trata de usted,
no por respeto,
sino para sembrar
amable distancia.
Mujeres.
Palomas.
El mundo.
Me miran pasar.
Amarilla hoja
de álamo
rueda sobre el césped.

Resentimiento

Me gustó verte
escupir el champán,
mancharte la corbata
con un pedazo de pizza,
toser
hasta ponerte rojo.
Sentí alivio
por tu humanidad
(y la mía)
cuando vi
cómo te entraban las balas
de la realidad.

Quién será humano
(apenas humano)
si no ha sentido
intensa
la hostilidad del entorno,
la fuerza centrífuga
de la exclusión.
El miedo
a dejar de ser.
La risa interrumpida,
que presiente
la larga sombra
del pesar.